Las comunidades de pescadores que habitan en las orillas del Lago de Maracaibo se encuentran en una lucha diaria contra su peor pesadilla: la drástica disminución de la pesca y la creciente escasez de recursos para sostener a sus familias. Detrás de este alarmante declive se encuentra la sombra de la contaminación, que ha socavado la salud y la antigua belleza de este inmenso cuerpo de agua dulce, uno de los más grandes de América Latina y uno de los más antiguos del mundo.
Este lago, en su momento epicentro de la industria petrolera venezolana, ahora enfrenta niveles de contaminación sin precedentes. En respuesta, el Gobierno ha prometido implementar un plan de rescate para esta vital fuente de agua.
La fetidez que emana del lago afecta a los habitantes de Maracaibo, y la proliferación de bacterias está generando toxinas que amenazan con provocar la muerte masiva de peces al reducir los niveles de oxígeno en el agua. Además, estas toxinas pueden impactar la salud humana, como han concluido los investigadores de la Facultad de Agronomía de la Universidad del Zulia, quienes han estudiado durante años la contaminación en el lago.
Los peces ya no se aventuran cerca de las orillas debido a la microalga que “los ahoga”, según relata José Aular, un pescador de 61 años. Los que se atreven a sumergirse en estas aguas cubiertas de verdín sufren de úlceras cutáneas debido al contacto con las sustancias contaminantes. Esta situación ha obligado a Aular a dejar su trabajo durante largos periodos.
En el pasado, las jornadas de pesca solían ser abundantes, con capturas de hasta 700 kilos de camarones. Sin embargo, en la actualidad, los pescadores pueden pasar horas en el agua y regresar con apenas ocho kilos de captura, como recientemente le sucedió a Yordi Vicuña, un trabajador de 33 años. Para empeorar las cosas, los camarones capturados estaban cubiertos de petróleo y emanaban un fuerte olor debido a la contaminación.
Vicuña lamenta que ya no pueden lanzar sus redes en cualquier lugar, ya que el crudo se adhiere a las embarcaciones, a los motores y a ellos mismos. Las mujeres de las comunidades costeras ahora dedican gran parte de su tiempo a limpiar el petróleo de la ropa de los pescadores, mientras que ellos usan gasolina para eliminar el petróleo de sus propios cuerpos.
La situación se agrava aún más por décadas de explotación petrolera intensiva en el lecho del lago, el inadecuado mantenimiento y la falta de inversión en una infraestructura obsoleta con miles de kilómetros de tuberías. Las fugas de petróleo y las fallas son comunes. Además, el crecimiento descontrolado de la población y de las actividades agrícolas, ganaderas, acuícolas e industriales ha contribuido a destruir el ecosistema del lago, ya que vierten sus desechos sin restricciones.
Las aguas pluviales de más de cien afluentes y los desechos de los estados de Zulia, Mérida y Trujillo llegan al lago debido a la falta de plantas de tratamiento y a la gestión deficiente de los desechos. Incluso los desechos del departamento colombiano de Norte de Santander, hogar de 1,6 millones de habitantes, terminan en el lago.
Aunque la contaminación en el lago es un problema antiguo, sus efectos son ahora más evidentes en las costas, según Beltrán Briceño, profesor de la Universidad del Zulia y líder del equipo de investigación del Instituto de Investigaciones Agronómicas. Si las descargas de residuos continúan y las plantas de tratamiento inoperantes no se ponen en funcionamiento, la situación del lago continuará colapsando.
El lago ya presenta altas concentraciones de nitrógeno y fósforo, elementos que favorecen el crecimiento de cianobacterias, como la microcistina, responsable del 95 % de la proliferación de verdín, una microalga que libera toxinas. Estas toxinas ya cubren un 70 % del agua.
Beltrán Briceño enfatiza que no existe una solución mágica para la recuperación del lago ni una solución a corto plazo, especialmente si continúa siendo utilizado como un depósito de desechos. Aunque el gobierno de Nicolás Maduro ha prometido solucionar la situación, los pescadores son escépticos después de más de 20 años de administraciones socialistas que no han logrado resolver el problema.
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